Advertencia: los textos de esta serie son autorreferenciales, tendenciosos, falsos y no pretenden nada.
Escribo esto en una sucia prisión de lo que creo es Toledo. El último recuerdo que tengo de la luz del sol fue en la Plaza Mayor, tomaba sol y de repente una capucha me apagó la visión. Seré breve y preciso porque no sé cuándo pueden abrir la puerta y llevarme. Ah, soy escritor, periodista, erudito, docente, investigador y cineasta.
Hay un sentido íntimo de necesidad entre la censura y lo censurado. Un sentido recíproco, que recuerda en algún punto a cierta dialéctica de cierto amo y cierto esclavo, descrita por cierto filósofo y repensada hasta el hartazgo por ciertos revisadores becados.
Lo censurado irrumpe en el mundo, desde la más indomable imaginación, desde la magia creadora del proceso creativo, desde el rincón más recóndito de una mente, en el 99% de las veces, turbada. De entrada, tiene un nacimiento poderoso, incontrolable y excepcional; es algo nuevo en el mundo, una nueva descripción de las cosas. Es el capricho injustificado de todo lo que tiene que ser, y ser grande.
La censura está vinculada inexorablemente con lo censurado, en la misma medida en que verbo lo está con el nombre. Y esto es así porque la censura es una acción, una actitud siempre referida y, por lo tanto, siempre incompleta. Emana desde el más profundo deseo de torcer la fuerza de la inventiva y la imaginación; la motivan solo la angustia, el resentimiento y la impotencia de ver que el mundo no es como uno quisiera. No propone una descripción más atractiva, sino que es pura negación. De aquí que esté condenada al más rotundo de los fracasos, es síntoma de odio. La censura necesita mucho más de lo que pretende de aquello sobre lo que afirma que, de desaparecer, el mundo sería un lugar mejor.
La censura es una vieja gritando que no le peguen pelotazos al portón, pero que, una vez callados los golpes, se ahoga en su vacuidad, en su insoportable silencio.
Creo que están por abrir las puertas, escucho las llaves. No me voy a resistir, los carceleros tienen más fuerza y me van a llevar sea como fuera. Lo que no saben aún es que, cuando me levanten, voy a dejarles un terrible pedo, el más hediondo que puedan producir mis entrañas.