El capitalismo es el bicho más hambriento del mundo y los medios hegemónicos son un método de caza infalible. De Magda a Pola y de Viva a Beba, un extenso recorrido busca convertir las necesidades de las mujeres en un producto de comercialización, marcar agenda y (¿por qué no?) minar al feminismo desde adentro. Un adentro que nos queda muy lejos, en realidad, pero que lleva nuestra firma incorporada y ya no nos permite mirar para otro lado.
Con el avance internacional del feminismo, hace tiempo se discute puertas adentro –y cada vez más también puertas afuera– si es posible la existencia del feminismo de derecha. Hay diferencias que son inconciliables y eso pareciera ser motivo suficiente para negar su condición de posibilidad. Pero al contrario de lo que dicta una de nuestras premisas básicas (lo que no se nombra no existe), a veces es necesario nombrar primero para recordar que aquello está ahí y entonces sí poder empezar a combatirlas: de sujeto a sujeto. Que las incongruencias existen no puede negarse, pero que las sujetas de derecha están intentando avanzar sobre nuestro territorio es, a esta altura del partido, tan real como evidente.
Para llegar a reconocer el problema, en primera instancia, hay que abandonar los esencialismos: tenemos que dejar de asumir a toda feminista autopercibida como portadora de nuestro exacto marco ideológico. Es momento de asumir que el feminismo creció y, como en todo movimiento de masas, controlar quién lo habita no solo se volvió inviable, sino que nunca estuvo en nuestra agenda ni en nuestras intenciones. A esta altura, señalar el feminismo de derecha como lo que es no es más que una acción necesaria de autocuidado: hay un sector que todavía está deseoso de oprimirnos y que ahora también busca sectorizar un feminismo que se vende como disidente y que no sólo nos violenta. Sobre todo, banaliza nuestras luchas volviéndolas casi un chiste.
De Magda a Pola, dos caras de lo mismo
¿Se acuerdan de Magda? A fines de 2017, Magda Tagtachian publicó en Revista Viva de Clarín un artículo que fácilmente repudiamos porque representaba todo lo que veníamos pujando por abolir, aun si se planteaba desde ciertos márgenes discursivos. Hablaba de lo que en realidad querían las chicas copadas y eso era toda una caricatura verbal. Para mujeres como ella, que hoy cuentan con un discurso 2.0, feminismo no es luchar por los derechos sino adecuarse bien en un mundo que no está hecho para nosotras.
La mujer copada, según Magda, está definida por atributos como los que siguen: “Copada rara vez pide ayuda. Copada llora en silencio. Copada no guarda rencores. Copada baila cuando pasa la aspiradora en calzones. Copada olvida a quien le vendió ilusiones. Copada es soñadora y fantasiosa. A copada la califican como independiente airosa. Copada atrae amores resbaladizos. Copada trabaja desde los 16. Copada tiene más ring que Cassius Clay”. Toda su trayectoria periodística hasta ese entonces no era más que un cúmulo de lugares comunes que sólo miraban a la mujer copada desde la misma óptica de siempre: una mujer que puede adaptarse, que es funcional y que, como si fuera poco, está buena y puede pagarse sus cosas porque, claro, tiene con qué.
Aunque detesten las expresiones populares, los medios hegemónicos de comunicación no pueden evitar hacerse eco de ellas a costa de likes, views y todo lo que demanda la virtualidad hoy para subsistir. Así, nos venden recortes de, versiones de, o todo junto. Un ejemplo es Revista Beba, el nuevo suplemento feminista de Infobae que, para empezar con el pie derecho, no tuvo reparo en robarle el nombre a un medio preexistente. Tuvo que abandonar Beba y ahora se llama Fresca, pero lo que más importa es qué comunican. Junto a otros medios en sus versiones tradicionales, trabajaron para instalar la noticia de que Alberto Fernández había decidido frenar la presentación del proyecto de ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo para no generar discordia. Las fake news, cuando nos tocan de cerca, también nos rebotan: el 27 de octubre transcurrió con el feminismo repudiando esa situación, que no era tal. Alberto Fernández había dicho, en realidad, que el proyecto de ley generaría discordia, pero que iba a presentarlo de todos modos. La derecha rasgándose las vestiduras por causas que en realidad no le interesa: wins.
Para pasar de capitalizar la derecha a capitalizar los discursos transexcluyentes hubo dos pasitos no más y, para saltar de ahí a vender a las autoras de las notas de este sector como provocadoras, no hizo falta nada nada. Se posicionan como férreas incomodadoras del poder personas que hacen malabares para disfrazar de osada la intención de mantener el status quo por los siglos de los siglos, amén.
El 26 de octubre, la nueva referenta de este subgrupo negado que empieza a hacer ruido que ya no podemos desoír, Pola Oloixarac, saludó a Cristina Fernández de Kirchner vía Twitter en el aniversario de la muerte de su compañero. “Diez años sin tortazos, vamos Cris #Niunamenos”, le escribió. Esto excede cualquier análisis partidario o teórico: chicanear a una mujer usando la violencia de género como elemento risible es incompatible con cualquier forma de militancia feminista consciente. Y no lo digo desde la moral sino desde la noción que nos invade desde las entrañas, esa que nos dice a gritos que no queremos que nos violenten más.
Estas mujeres se posicionan desde la otredad. Vienen a mostrar el feminismo como algo que puede convivir tranquilamente con las buenas costumbres de la sociedad. Posicionándose como lo incómodo, para aquellxs que creen que lo políticamente correcto de hoy es ser feminista, progresista y todo lo demás, lo que hacen es decirle al poder que no se preocupe porque ellas no tienen intenciones de combatirlo. Están cómodas en él, son su carne. Son, en resumen, el mensaje reciclado que nos hacía decir a veces la sensación de no encajar, de ser diferentes: nosotras no somos como las demás mujeres.
¿Dónde quedamos nosotrxs?
Así, nos venden un artículo (¿humorístico? ¿de opinión?) sobre Santiago Cafiero que, dicen, es un artículo de análisis político. Un artículo muy reproducido en redes sociales porque la falta de calle de 2020 nos agarró muy poco avispadxs en lo que refiere al uso de redes sociales. Al final del día, no paramos de alimentar los algoritmos de todo lo que no nos representa. Nos hacemos un poco funcionales, en última instancia, a los deseos de la derecha de ganar terreno, y no cualquier terreno sino el nuestro. Es fácil opinar al respecto. Por ejemplo, para mí, la nota deja mal parada a quien la escribió, pero el problema que planteo no es ese porque no me importa cómo queda su autora. El problema es que su autora, entre corazones verdes y discursos de empoderamiento por demás individualistas, queda mal parada y, con ella, el feminismo. No el feminismo al que representa porque, mal que nos pese, desde afuera no se ven las diferencias internas de nuestro movimiento. Para lxs espectadorxs promedio, ni sobreacademizadxs ni sobreinformadxs, el feminismo es un feminismo. Y punto.
Nuestro microclima segmentado a veces nos hace ver realidades que no son tales, pero si vamos y preguntamos afuera nos encontramos con que las internas no existen y nadie distingue entre, por ejemplo, una abolicionista y una regulacionista si nadie lo señala y, sobre todo, lo explica. Poder decir algunas cosas en determinados terrenos, incluso para estas mujeres, sí es una de las victorias históricas del feminismo. Pero esto no las convierte en promotoras de esas victorias. No olvidemos. Alguien allanó el terreno antes para que ahora ellas puedan habitar estos espacios, sí, pero a quién en su sano juicio se le ocurriría que una persona es de izquierda sólo por acceder a un derecho básico como el de la salud pública.
Volviendo y ahondando en el artículo, ¿ver la política como un terreno donde buscar galanes no es un poco lo mismo de siempre? Ese preconcepto que tiene el universo masculino de que las mujeres no podemos mirar un partido de fútbol sin hacer comentarios sobre lo buenos que están los jugadores o preguntar pelotudeces es trasladado por el feminismo de derecha a un terreno que venimos tomando y con creces.
Licuado de feminismo cool
Yo también tengo tres certezas: la primera es que nunca nadie en el mundo se preguntó si un feminismo de izquierdas es posible porque la respuesta está clara. La segunda es que el feminismo de derecha, aunque en lo teórico nos parezca irreconciliable, es real porque está existiendo. La tercera es que el feminismo de derecha licúa nuestra lucha y la vuelve manejable, por lo que debemos combatir su existencia, aun si esto implica tomarnos el trabajo de desarmarlo discursivamente una y otra vez.
Bonus track: el feminismo de derecha instala debates que después también reproducimos nosotrxs. Nos rasgamos las vestiduras denunciando la existencia del techo de cristal como si algunx de nosotrxs, de sectores populares, pudiera siquiera llegar al primer piso. Y no digo que no sea una lucha digna, no me malinterpreten. Sólo digo que estamos poniendo nuestro esfuerzo, una vez más, en mejorar la realidad de otras personas porque en lo más concreto de nuestros territorios la situación es bien distinta: nuestros compañeros varones son igual de precarizados que nosotrxs en los espacios laborales que habitamos. También somos funcionales a los deseos de la derecha cuando nuestros pedidos de justicia legítimos sirven para volver extremadamente punitivas las políticas gubernamentales represivas. ¿A quién le sirve que haya cada vez más pobres privadxs de libertad? No a nosotras. Otro ejemplo: el avance de restricciones y el festejo que se desprende sin la necesaria lectura con perspectiva de clase cuando se prohíben las promotoras en carreras de autos y se festeja porque, claro, son compañeras hipersexualizadas. Pero entonces no denunciamos lo obvio: ahora son compañeras, además, desempleadas. La lucha del aborto nos metió por el garaje mucho de eso: ¿cuántas compañeras se emocionaron codo a codo con Lospennato y cuánto tiene que ver, en realidad, ella con nosotrxs, que salimos a la calle a condenar la reforma previsional que su partido impulsó y ella validó con voz y voto?
La búsqueda de la igualdad de las feministas de derecha se puede resumir así: quieren llegar a los mismos lugares de poder desde los que los hombres de derecha nos oprimen a todos y todas y todxs por igual. Sin embargo, el feminismo que prevalece es uno que cuestiona nuestros niveles de pobreza, de precarización laboral y de desprotección social. Uno que pone en jaque los privilegios.
Pero todo esto no es más que feminismo licuado y frozen: la libertad individual no es, no fue, será ni puede ser el horizonte de los feminismos. No se puede transformar la realidad ni cambiar la historia y sepultarla si no hay una visión transformadora para todxs. Concretamente, las políticas a las que apunta el feminismo son colectivas, y la salida también lo es. No es compatible todo esto con personas que siguen intentando amplificar una voz que dice que el feminismo no es político: si es apolítico también es inconducente.
El feminismo, y no digo nuestro feminismo sino el feminismo por definición, es antes que cualquier otra cosa un movimiento político incompatible con políticas cuyo eje es el orden de las garantías personales y de las libertades individuales. Si nuestra lucha no es en pos de la ruptura colectiva de un sistema de reproducción de desigualdades y de acumulación del capital, ¿qué fin perseguimos? La estructura del sistema capitalista y el sistema patriarcal van de la mano: no hay posibilidades de construir un entorno amigable para nosotrxs mientras haya opresores que saben que, para existir, necesitan oprimidxs. Y el feminismo internacional, que aunque les pese goza de excelente salud, tiene una cara más fuerte que cualquier otra: la del paro internacional, la de la reivindicación de las mujeres que en 1857 fueron a huelga para dejarnos un precedente incorruptible.