Advertencia: los textos de esta serie son autorreferenciales, tendenciosos, falsos y no pretenden nada.
Es parte del saber popular -quiero decir, todos sabemos, pese a que nadie lo tenga bien claro- que las abejas pican y mueren. Las mariposas, también sabemos, viven un día y perecen. Aunque puede haber “una en Australia que vive tres días”, no importa.
Las abejas pican y mueren. Eso es así y yo lo comprobé: efectivamente, después de picar, quedan tiradas en el piso, moviéndose agonizantes. Nunca vi ninguna morirse así, de una, pero sí he visto otras quedarse prendidas del aguijón y colgando de tu brazo y vos puteando a dos manos. En Discovery Channel escuché que hacían esto por puro instinto, para defender la colmena y a sus pares cuando se sienten amenazadas. Suena convincente, aunque yo no lo haría… Siendo sinceros, ¿quién se suicidaría para defender a un vecino? Ni siquiera un político en campaña se atrevería a tanto.
La abeja de la que voy a hablar es fabulosa en este sentido: podía picar cuantas veces quisiera, sin poner su vida en peligro. En la colmena era conocida por esta asombrosa capacidad, todas las abejas la admiraban y querían hacerla culiar con la reina, a ver si el enjambre heredaba su tenacidad. La reina, sin embargo, no estaba interesada en tener relaciones con esta trabajadora porque tenía los ojos díscolos, bizcos, y esto le producía un rechazo absoluto.
La frustración de ser la única abeja que la reina rechazaba una y otra vez llevó a nuestra estoica amiga a elucubrar las teorías más oscuras. La psicóloga de la colmena le sugirió “depositar esa energía en otro lugar”, pero no hubo caso. El rechazo fue demasiado para ella, que no podía entender cómo era que, siendo la única capaz de picar sin morir, era también la única sin poder reproducirse. Todo el panal hablaba de esto y se preocupaba. Con cada día que pasaba, se achicaban las posibilidades de reproducir la asombrosa capacidad de su congénere. Habían organizado cenas íntimas y hasta diseñado unas gafas que intentaban corregir sus ojos locos, pero parecía no haber salida más que la resignación.
En cualquier historia de corte fabulesco como la que estamos contando, aquí llegaríamos a la parte de la moraleja o de la reflexión. Algo sobre la solidaridad o la exclusión de los excepcionales o diferentes, algo sobre la tolerancia y eso… pero no. En esta historia, la moraleja es que no siempre hay moraleja y que la abeja reina simplemente era una jodida que privó a toda la colmena de la posibilidad de ser la única en la historia de su especie capaz de picar sin morir. Nuestra amiga, por su parte, no toleró la frustración y murió de sobredosis, en la miseria absoluta y el más oscuro de los olvidos. Murió sin un hombro sobre el que llorar, probablemente de la misma forma como moriremos todas las personas que queremos dejar algo, aunque sin saber bien qué.