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¿Qué se juega en las elecciones de Estados Unidos?

El martes 3 de noviembre lxs estadounidenses elegirán quién será su próximo presidente. Trump y Biden expresan dos proyectos estratégicos, dos formas de concebir el futuro de la humanidad y el rol de Estados Unidos en ese proceso.

Sebastián SchulzporSebastián Schulz
¿Qué se juega en las elecciones de Estados Unidos?

Tom Arthur - Creative Commons

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El martes (sí, martes) 3 de noviembre, el mundo será testigo de las 59° elecciones presidenciales en la que ha sido la principal potencia hegemónica desde la caída de la Unión Soviética y el fin de la Guerra Fría: los Estados Unidos de América.

Las elecciones tienen particularidades algo llamativas para la que se autodefine como “la mejor democracia del mundo”. Además de ser en un día de semana laborable, no son obligatorias, el voto no es directo (es decir, se elige una determinada cantidad de “representantes” que son les que luego votarán al presidente) y no todos los votos valen lo mismo (en cambio, se ponderan por Estados).

Une lectore desprevenide podría decir: “Bueno, pero hay libertad de presentarse y de votar a quien mejor te caiga”. En realidad, más o menos, ya que históricamente hay dos partidos bien definidos. Hay una escena de Los Simpsons donde Homero descubre que los candidatos presidenciales son los reptiles del espacio Kang y Kodos, y entonces Kodos pregunta: «¿Que van a hacer? El sistema es bipartidista, deben votar por uno de nosotros». Cuando un manifestante responde que «Podemos votar por un tercer candidato», Kan remata:»Adelante, echen su voto a la basura».

O sea, la elección se dirime entre apenas dos partidos políticos (el Republicano y el Demócrata) y, al interior de ambos, existe un poderoso Deep State (Estado profundo), un poderoso sistema de lobby, relaciones de poder e influencias con la capacidad de ejercer presión no solo para definir quiénes serán les candidates sino también para delinear qué políticas luego llevará adelante quien gane la elección.

Otro dato que llama la atención es que ya votaron más de 60 millones de personas. Si tenemos en cuenta que en la elección presidencial de 2016 votaron 137 millones de personas, estamos hablando de que ya votó más del 40% del electorado. ¿Cómo que ya votaron? ¿No se votaba el 3 de noviembre? Sí, pero el sistema electoral estadounidense contempla que las personas voten “por anticipado” y, en este contexto de pico de pandemia, muches estadounidenses han optado por votar antes del día de la elección.

Con todo, estas curiosas elecciones definirán el presidente del país más poderoso del mundo.

Elección y geopolítica

Las elecciones presidenciales del martes próximo se producen en un momento signado por la recesión y la crisis de la economía norteamericana. Si la crisis financiera global de 2008 puso de manifiesto lo extremadamente financiarizada que estaba la economía norteamericana, la pandemia de covid-19 vino a darle una estocada al frágil sector industrial.

El FMI, en su último pronóstico, señala que la economía norteamericana caerá más del 8%, un retroceso realmente histórico (en 2009, crisis financiera global mediante, la caída fue del 2,5%). A su vez, el rebote pronosticado para 2021 no será tan importante ya que se prevé un crecimiento que ronde los 4,5%, por debajo de los pronósticos de la zona euro (que espera crecer un 6%), del Asia-Pacífico en general y de China en particular (que estiman un crecimiento del 7,4% y el 8,2%, respectivamente). Si tomamos en cuenta el acumulado 2020-2021, China crecerá 9 puntos por encima de los Estados Unidos.

Estos datos no son para nada alentadores para la añeja potencia hegemónica que transita el proceso de declive de su poder unipolar. Desde el 2012, la región del Asia-Pacífico superó a las potencias del G7 como mayores generadoras del PBI global y, en 2014, China superó a Estados Unidos como la principal economía del mundo (medida en términos de paridad del poder adquisitivo). Por su parte, la imposibilidad de Estados Unidos de resolver a su favor los conflictos en Siria, Ucrania, Irak y Venezuela, y la imposibilidad de disciplinar a potencias emergentes como China, Rusia e Irán nos hablan de que el sheriff global ya no puede mantener el mundo ordenado según sus intereses y antojos.

“Prestigio”, “capacidad de liderazgo”, “iniciativa” o, mejor dicho, hegemonía, capacidad de coacción y disciplinamiento de pueblos y naciones con vocación de insubordinación son atributos que Estados Unidos viene perdiendo de manera relativa en los últimos años y esto nos hablan de las transformaciones que está experimentando el orden mundial.

Sin embargo, no todos son perdedores en esta caída relativa del poder norteamericano. A partir de la revolución tecnológica del ‘70, se inició el proceso de transnacionalización de la economía global que en los ’90 tomaría el nombre de “globalización” y que significó la mudanza (des-re-localización) de grandes corporaciones multinacionales desde el cinturón industrial norteamericano hacia otras zonas de mano de obra más barata o con mercados más tentadores. Así, la merma del crecimiento del PBI norteamericano no significa que se produzca menos, sino que, al contrario, se produce más, pero en otro lado.

Es decir que hubo grandes empresas que dejaron de producir en Estados Unidos para radicarse en China, India, Vietnam o México, entre otros territorios. “Designed in California, assembled in China” se lee en la carcasa de los iPhone; o sea, el diseño tecnológico se hace en el Silicon Valley, pero la producción real se hace con mano de obra china. Este proceso fue generalizado en varios sectores de la economía norteamericana y trajo como consecuencia el tendal de ciudades fantasma (como Detroit), la caída del PBI norteamericano y el aumento de la masa de desocupades entre la población norteamericana que vio hackeado su histórico nivel de vida/consumo y el American way of life.

¿Qué expresan Donald Trump y Joe Biden?

La virulencia que vemos en estas elecciones es la expresión de una fractura irreversible entre los grandes proyectos estratégicos que son parte de la disputa por la configuración del orden mundial. Si tomamos prestadas las ideas de «empate catastrófico» y «punto de bifurcación» que introduce García Linera, podemos decir que la situación general de decadencia relativa y crisis de hegemonía de los Estados Unidos es a la vez causa y efecto de la agudización de las disputas al interior del establishment norteamericano.

Estados Unidos está ante un punto de quiebre: o va hacia atrás (sosteniendo el viejo esquema unipolar en el que es la potencia central) o va hacia algo nuevo (apuntalando las nuevas formas de globalización financiera neoliberal transnacional). Las fórmulas políticas entre las que los estadounidenses deberán optar el 3 de noviembre expresan dos proyectos estratégicos distintos, dos formas de concebir el futuro de la humanidad y el rol de Estados Unidos en ese proceso.

De un lado, el Partido Republicano con la fórmula Donald Trump-Mike Pence expresa una alianza táctica entre sectores económicos, políticos y sociales convergentes: los sectores ultraconservadores del Tea Party, el complejo industrial-militar del Pentágono, las grandes farmacéuticas, corporaciones multinacionales como la ESSO (el imperio Rockefeller), la Exxon Mobil, Boeing, Lockheed, General Dynamics, y bancas financieras como la JP MorganChase, el Bank of America y la Goldman Sachs.

Todos estos actores quieren que Estados Unidos sostenga su primacía unipolar para construir un Nuevo Siglo Americano en el que se reproduzca el patrón centro-periferia (con América Latina como su patio trasero, recuperando la Doctrina Monroe) y la economía norteamericana se sostenga sobre la base de las intervenciones bélicas en el exterior. La cadena FOX es su conglomerado de comunicación por excelencia. Promueven el supremacismo blanco, occidental, moderno y patriarcal.

En este grupo, encontramos personajes como Mike Pence (actual vicepresidente y candidato a renovar su cargo), Mike Pompeo (secretario de Estado), John Bolton (exasesor de Seguridad Nacional), Rex Tillerson (ex secretario de Estado) y el propio George W. Bush. Ellos consideran que las decisiones sobre el orden mundial deben ser tomadas en el Consejo de Seguridad de la ONU, donde Estados Unidos tiene poder de veto. Por supuesto, si no hubiera aceptación de las iniciativas norteamericanas, el sheriff podrá actuar de oficio.

Estos sectores se encuentran en una alianza frágil y táctica con las fracciones industrialistas estadounidenses, más preocupadas por sostener la golpeada industria local norteamericana que por las excursiones externas. Son las fracciones de burguesía nacionalistas y oligárquicas del llamado Rust Belt (Cinturón Oxidado), golpeadas por el avance de la globalización neoliberal, junto con los farmers, los grandes propietarios de tierras y productores agropecuarios beneficiados con la política externa norteamericana actual. Este es el sector que Donald Trump expresa directamente y que también sostiene su núcleo civilizatorio en el WASP (acrónimo en inglés de «blanco, anglosajón y protestante»). Son quienes buscan recuperar el American way of life y hacer America great again.

Del otro lado, la fórmula del Partido Democrática, Joe Biden-Kamala Harris, expresa a los sectores denominados “globalistas”, que se apoyan en las fracciones más concentradas de las finanzas transnacionales y que buscan que Estados Unidos sea un primus inter pares en un orden mundial multilateral en lo económico, pero unipolar en lo político-estratégico. Por eso, aspiran a desfinanciar el Pentágono para darle centralidad la OTAN como fuerzas armadas globales, su modelo de gobernanza global ideal es el G-20 (los siete países más industrializados, más las principales economías emergentes donde sus transnacionales se han radicado y hacen negocios).

El núcleo económico de este grupo está compuesto por las transnacionales que se deslocalizaron alrededor del mundo (Walmart, Apple, Facebook, Google, etc.) junto a las grandes bancas globales (como el Citigroup y el Barclays). Su conglomerado mediático por excelencia es la cadena CNN. A tono con las tendencias globalizantes, estos sectores impulsan la hiperdesregulación económica, la flexibilización laboral, la informalización, y su nuevo modelo de negocios es la uberización del trabajo y la masificación de las economías de plataformas.

¿Quiénes “quedaron afuera”? Los sectores populares, sindicatos de trabajadores y trabajadoras, mujeres, latines, pueblos originarios, afroamericanes y minorías étnicas, expresados en la propuesta de Bernie Sanders, que “perdió” la interna demócrata con Joe Biden. Estas mayorías estuvieron históricamente representadas en el Partido Demócrata, que perdió su programa popular a fines de los ‘80 y principios de los ‘90, cuando gran parte de los partidos populares, laboristas y socialdemócratas adoptó la propuesta neoliberal que muchos de ellos aún sostienen.

¿Qué presidente para qué mundo?

La mayoría de las encuestas dan ganador al binomio demócrata Biden-Harris. Sin embargo, las mismas encuestas que hoy dan ganador a Biden son las que hace cuatro años consagraban ganadora a Hillary Clinton sobre Donald Trump. Por otro lado, será decisivo cómo se oriente el voto de los Swing States (Estados pendulares) en los que la intención de voto tiene un fuerte componente de indecises que son les que terminarán definiendo al próximo inquilino de la Casa Blanca.

Así y todo, de lo que no hay dudas es de que la 59° elección presidencial en Estados Unidos será extremadamente reñida. Que uno u otro candidato gane la elección no solo dependerá del conteo de los votos en las urnas sino también de su capacidad de imponerse como ganador. Y en este punto los medios masivos de comunicación y las redes sociales jugarán un papel fundamental para investir de legitimidad a un ganador, independientemente de lo que pase en las urnas.

Algunes analistas advierten la posibilidad de que ninguno de los dos candidatos reconozca el resultado de la elección y sea la Corte Suprema la que decida en última instancia quién será el próximo presidente de los Estados Unidos. Puede que ni siquiera la Corte tenga la legitimidad para investir un ganador, lo que abriría la puerta a una crisis institucional sin precedentes en la historia del país.

Una eventual victoria de Biden seguramente retome los patrones de gobierno implementados bajo la administración de Barack Obama. Es decir: potenciar un esquema de gobernanza global multilateral en lo económico, pero unipolar en lo político, con el G20 como espacio de coordinación de los “mercados emergentes” y alentando las plataformas de transnacionalización e hiperliberalización del comercio global. Una hipotética administración Biden probablemente reactive el TPP (Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica) y el TTIP (Asociación Transatlántica para el Comercio y la Inversión), dos grandes instrumentos tendientes a crear un “área de libre comercio mundial” excluyendo a China y a Rusia. Además. Probablemente también se retomen las iniciativas demócratas multilaterales, como el Acuerdo de París y el Pacto Nuclear con Irán.

En América Latina, una hipotética administración Biden posiblemente reimpulsaría la Alianza del Pacífico como un área de libre comercio regional con el fin de intentar contener el avance de China en la región. Para ello, se apoyaría en gobiernos de corte neoliberal como el de Piñera en Chile, Lacalle Pou en Uruguay y Lenín Moreno en Ecuador.

En cambio, un nuevo gobierno de Trump profundizará la guerra comercial y tecnológica con China, acelerará la crisis de la OTAN y continuará con la política de implosionar las instituciones multilaterales del sistema internacional que no sean funcionales al interés nacional norteamericano. En nuestra región, seguramente habría mayor injerencia de la Cuarta Flota y se buscaría dotar de protagonismo a personajes como Jair Bolsonaro en Brasil o Iván Duque en Colombia.

Ahora bien, en algo coinciden tanto republicanos como demócratas. ¿En qué? Ambos necesitarán profundizar una política de contención hacia China, ninguno podrá avanzar la propuesta de mundo multipolar y, en nuestras tierras, ambos querrán frenar definitivamente las propuestas de integración autónomas (ALBA, UNASUR, CELAC) y la destitución de Nicolás Maduro en Venezuela (los republicanos propondrán una intervención militar al viejo estilo y los demócratas una salida negociada).

Una tendencia irreversible

Sea cual sea el resultado de las elecciones del 3 de noviembre, una cosa es segura: hay tendencias estructurales del sistema internacional que no cambiarán. Podrán acelerase o retardarse, pero difícilmente Trump o Biden puedan torcer el declive hegemónico del poder estadounidense (Trump por incapacidad, Biden por desinterés).

El centro de gravedad de la economía mundial profundizará su proceso de transición hacia el Asia-Pacífico y el centro de gravedad del orden mundial se difuminará hacia múltiples polos de poder. En este punto, América Latina tiene una oportunidad histórica de retomar su senda de emancipación, retomada con las victorias de López Obrador en México y Alberto Fernández en Argentina, y ahora reforzada con las victorias de Luis Arce en Bolivia y del “apruebo” en el plebiscito constitucional de Chile.

Estos procesos serán contradictorios, conflictivos y mediados por tensiones. Quizás al final del camino, podamos redimir al libertador Simón Bolivar y Estados Unidos deje de plagar de miseria a los pueblos de América.

Etiquetas: BidenChinaEstados UnidosNeoliberalismoTrump
Sebastián Schulz

Sebastián Schulz

Sociólogo. Defensor de la educación y la ciencia públicas. Gracias al CONICET puedo dedicarme a investigar sobre geopolítica, hegemonía y relaciones internacionales. Investigador del Centro de Investigaciones en Política y Economía (CIEPE), del CEChino (IRI-UNLP) y del IdIHCS (UNLP-CONICET). Espartaquista. Correo electrónico: jsschulz@gmail.com.

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