Distintos hechos catalogados como “fuego amigo”, “errores autoinflingidos”, “debates productivos”, según quién lo nombre, trajeron al centro de la escena un viejo debate no saldado durante los anteriores 12 años de kirchnerismo: cuánto, cómo y cuándo se puede criticar a un gobierno propio, sin caer en la famosa muletilla de “hacerle el juego a la derecha”.
Los debates al interior de un frente popular reflejan las tensiones que existen entre las partes que lo componen en función de sus posicionamientos más hacia la derecha o hacia la izquierda. Está claro que el debate público en sus diferentes instancias (medios, espacios de militancia, redes sociales, vecindades, etc.) no es el único factor que inclina la balanza respecto a las posturas que adopta un gobierno frentista en estos casos. Probablemente, tampoco sea de los más importantes. No obstante, tiene un peso que debemos considerar. El mal manejo de estas tensiones entrega a la oposición (tanto política como de poderes concentrados) temas desde los cuales atacar al gobierno en bandeja de plata -o tal vez en la puerta de su casa con unx trabajadorx de apps preacarizadx, para actualizar la metáfora-.
No pretendemos en estas pocas palabras definir cuál es la mejor forma de expresar las diferencias dentro de un frente popular. Más bien apuntamos a poner en el centro de la escena cómo damos ese debate. Pensar esto en el aire esto puede parecer un juego intelectualoide para pasar la cuarentena, pero la idea de escribir sobre esto surgió a partir de asuntos puntuales, así que vamos a ellos.
La desaparición de Facundo Astudillo Castro
Como la intención de esta nota no es abordar el fondo de las cuestiones, más allá de señalar la responsabilidad del Estado, de las fuerzas de seguridad y sus jefes políticos, no analizaremos en detalle el caso.
Retomando el hilo del artículo, este hecho produjo pedidos de renuncia al ministro de Seguridad de la Provincia de Buenos Aires, Sergio Berni, y la elevación de culpas al gobernador Axel Kicillof y el presidente Alberto Fernández. Sin la voluntad de defender a personas puntuales, porque todos los nombrados son responsables políticos, obviamente en distintos grados, nos interesa plantear algunos interrogantes que pueden parecer a priori polémicos, pero no por ello menos necesarios.
El reclamo por la renuncia de Berni es algo con lo que podemos coincidir (incluso antes del caso Facundo, simplemente por su visión de la seguridad o en los últimos tiempos por la falta de previsión del «reclamo» de la bonaerense). La elevación de esto reclamo hacia arriba es comprensible dado que un gobernador es responsable de sus ministros y tiene la posibilidad de cambiarlos.
Ahora, esta lógica de manual de ciencia política o de derecho es más compleja a la ahora de tener que armar gabinetes en frentes electorales y repartir espacios de poder. Cargar las tintas sobre Kicillof, probablemente uno de los mejores cuadros y más a la izquierda dentro del campo popular, con reales posibilidades de gobierno, ¿suma? ¿Alguien puede imaginar a Kicillof apoyando discursos punitivistas? Tal vez a esto nos respodan rápidamente que sí debido a los fondos destinados a cuestiones de seguridad en los últimos días, pero ¿todo financiamiento a fuerzas de seguridad resulta punitivista?
Repetimos, nadie defiende la nefasta figura de Berni, pero si caemos en una excesiva simplificación de la política, corremos el riesgo de acompañar casi sin desearlo los discursos antipolítica. Pensar la política desde el campo popular implica entenderla con convicciones y, más allá de quiénes acompañen en cada contexto histórico, deberíamos confiar en las convicciones de nuestros mejores cuadros. Tarea que puede realizarse sin caer en acusaciones de ingenuidad.
Por otro lado, dijimos recién que nadie defiende la gestión del cuestionado ministro de Seguridad. ¿Nadie la defiende? Este argumento desconoce el reclamo de seguridad de sectores populares a los cuales se dice representar, pero cuyas demandas no se terminan escuchando. Se ha planteado que la policía es clasista por perseguir pobres y sin duda lo es en su accionar, pero también está compuesta por ellos. Está claro que la sociabilización de las fuerzas de seguridad lleva a que sus agentes luego adquieran ciertas formas de comportamiento, pero la crítica a cualquier fuerza de seguridad per se no parece sumar. Poder pensar en otras fuerzas de seguridad implica poder debatir sobre ellas. Si el debate se hace imposible (como sucedió por ejemplo con la nota de Página|12, más allá de las críticas que este artículo puediera merecer), lo más probable es que nuevamente terminemos por entregar en bandeja el tema de la seguridad a los sectores de derecha.
Los titubeos económicos
Otro ámbito donde los debates internos del frente han estado a la orden del día fue el económico, donde hubo algunas idas y vueltas, fundamentalmente la no expropiación de Vicentin y la contribución extraordinaria a la riqueza (como en principio sería una sola vez no amerita llamarla impuesto). Sin entrar en el fondo de las cuestiones, aunque estas dos medidas que apuntaban a sacar a los que más tienen para darle al resto a priori fueron bien recibidas, hoy por hoy se encuentran una ya fracasada y la otra a ser tratada en el Congreso.
Más allá de las medidas en sí, ¿cómo se dio el debate en torno a ellas? Obviamente, al principio fueron festejadas y apoyadas por los sectores más a la izquierda del frente, dentro de lo que la virtualidad pandémica permite. Pero una vez caídas en desgracia o en el eterno recorrido hasta la presentación del proyecto de ley, una de las formas centrales que adquirió el descontento ante este retroceso en las propuestas fue la ridiculización del gobierno y sus funcionarios. Si quisiéramos resumir el tono que adoptó el debate en este contexto, podríamos representarlo con el meme de los dos perros: uno grande, que simboliza el antes, y uno chiquito, que alude al después.
Sin tener la respuesta de cuál hubiera sido la mejor estrategia de visibilización del apoyo y de enriquecimiento del debate, no parece que la ridiculización lo sea, tampoco que aporte a la causa que se busca apoyar. Por el contrario, sólo debilita más a funcionarios que no han demostrado la suficiente fortaleza para imponer condiciones al poder económico. Si el gobierno de Cambiemos dejó en claro que no se puede esperar su colaboración ni aunque uno responda a muchas de sus demandas y genere ganancias extraordinarias para algunos sectores, el kirchnerismo en su versión 2003-2015 mostró que es complejo que la relación de fuerzas permita imponerles constantemente condiciones.
Recapitulando, es indiscutible que hasta el momento el gobierno no ha tenido la celeridad deseada para avanzar sobre reivindicaciones hacia el campo popular, pero además de discutir cómo sería la mejor manera de llevarlas adelante, también deberíamos repensar cómo discutir ese cómo, es decir, cómo plantear los debates internos sin volverlos contraproducentes y a la vez manteniendo la presión suficiente para que un frente heterogéneo como el Frente de Todos decante hacia las medidas lo más igualitarias posibles.
Dentro de ese sendero de discusión, también hay que considerar una dinámica que condiciona tanto a los funcionarios como a las formas de visibilizar reclamos: la pandemia. Resulta paradójico observar que muchos análisis parten de categorías pre-pandémicas, dejando de lado que esta situación abre una serie de variables políticas inciertas. A diferencia de los teóricos que consideraban que la pandemia nos llevaría a una suerte de comunismo o, en su defecto, a una nueva configuración del socialismo sui generis, no está de más considerar que este estado de cosas también puede ser el campo fructífero para la emergencia y consolidación opciones de extrema derecha.
En otras épocas es probable que las marchas multitudinarias hubieran sido la forma de señalar el camino. Pero en estas en las que el recurso de la calle no se encuentra al alcance de los pies, los debates públicos, de funcionarios, políticos, medios, espacios de militancia, redes sociales y cualquier otra instancia donde se den adquieren otra importancia. Pensar cómo darlos de manera más útil para la mejora de las condiciones de vida de la población es sumamente necesario. De otra manera, la famosa muletilla de “hacer el juego a la derecha” no será tanto cierta por hacer críticas por izquierda a un gobierno propio, siempre necesarias, sino por no saber cómo hacerlas.