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en La sexión

Perspectivas del deseo

¿Por qué nuestras fantasías son reticentes a la deconstrucción?

Beatrix HedonéporBeatrix Hedoné
Perspectivas del deseo

Ilustración: Chica Lunar

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No puedo dormir. Transpiro. Me saco el acolchado. Ahora, me congelo. La cabeza me va a cien imágenes por minuto. Voy al baño. De nuevo en la cama, giro hacia un lado, giro hacia al otro. Desde la oscuridad, escucho una voz:

-¿Qué pasa?- me pregunta. Es mi dildo.

– Nada.

– Vení.

El deseo toma muchísimas formas. Cuando empieza, nada lo detiene. Cuando lo alejan, se acrecienta. Cuando lo prohíben, explota. Cuando es demasiado, hay que liberarlo para poder dormir. 

Muchxs de nosotrxs, obligadxs por el orden que se impone, encerramos los deseos en el cuartito de las fantasías ocultas. Ya desde La Sexión anterior, vengo preguntándome desde qué tiempos inmemoriales sucede, por qué ciertas fantasías se anclan en esta cultura y no en otra, y si se pueden deconstruir o no. 

Pero la pregunta que me desvela hoy y con la que mi dildo no me pudo ayudar es: ¿se expresa igual el deseo en los cuerpos de hombres y mujeres, en esa división binómica que se nos impone sin distinción ni diversidad sexual?

“Me gusta el sexo” es una sentencia simple, pero no tan fácil de decir para las personas feminizadas. Expresarnos sexualmente deseantes trae consecuencias en variados sentidos. La tribu de simios (el término es del psicoanálisis eh, bueno no, de la zoología) que pudiera escuchar la frase interpretará quizás un llamado de apareamiento. Además de los variados sentidos que se le disparan en la frecuencia cerebral primaria: “putita”, “con ella no preciso tener modales”, “le gusta coger con todos, entonces conmigo también”. Estas concepciones siguen en diversos formatos atadas a los significados que le damos a nuestros vínculos sexo afectivos. Gritar con la concha en la mano a los cuatro vientos que te gusta el sexo es una imagen poco frecuente y un privilegio de la otra tribu.

Las feminidades que cogemos con varones cis velamos nuestros impulsos sexuales. Y hay ciertos estados en los que se profundiza ese silencio de los deseos. ¿Puede una embarazada, madre, o mujer no alineada al estándar del canon estético (fea, gorda, vieja) mostrarse deseante? Con suerte, solo con el marido, si tiene. Pero, ojo, somos acreedoras del beneficio de poder desear a otras mujeres, de tener impulsos lésbicos, peeeero sólo deslices. ¡Punto para nosotras! Ah, pero pará… ¿deseo de quién será este que se nos está brindando tan fácilmente?

Por descarte binario, los que sí pueden mostrarse deseantes son los hombres hetero cis. ¿Pero qué  alcance tiene ese deseo y qué particularidades tiene? 

En su forma más antigua y heteronormada, la conquista con fines sexuales era encarada por los hombres. Aún quedan vestigios de esa dinámica, sí. A pesar de vivir en este mundo post apocalíptico, todavía muchas mujeres esperamos, o mejor dicho “tenemos que” esperar, que nos vengan a cortejar. 

Pero no es el único vestigio que queda, hay una gran cuota de rechazo femenino que desde la espesura de la psiquis se deposita en cada momento del ritual. Digamos la posta: ¿quién no disfrutó de sacar cagando a un chabón, boludearlo un rato, solo porque puedo y porque tengo el poder de hacerlo? Simplemente porque el rol activo lo tiene el otro y, en otra faceta siniestra de nuestra cultura, el que habla primero es el que se expone. De la misma forma que sucede en la compra-venta de un auto o una casa. Terrible. 

En ese abuso de poder sobre el género opuesto, se encierra quizás uno de los pocos controles que tienen históricamente las feminidades en los vinculos sexo-afectivos con hombres hetero cis. Pero es un poder circunscripto al orden en las cosas, un poder frustrado, porque en definitiva también implica la imposibilidad de decirle sí de una al pibe que se te acercó (si es que querías) y tener que dilatarlo o con agresión o con buenos modales, pero sí o sí dilatarlo en el tiempo para nunca quedar en el juego del deseo, aunque pintara, como una chica fácil y todo lo que ese rótulo conlleva. 

Los varones cis pueden expresar su deseo sexual, pero se someten al rechazo que la otra parte ejerza en forma de deseo disimulado o de relación de poder. A su vez, el deseo masculino se somete a otras restricciones y particularidades. Debe expresarse sólo hacia mujeres, y en lo posible, enfatizarse la manifestación de ese deseo hetero ante otros hombres. Y tiene como última cláusula opcional: si por algún motivo no reciben rechazo de entrada y se da rápidamente un vínculo sexo-afectivo con una mujer, puede catalogarla en el orden de mujer-objeto. Favorece así una ruptura en la continuidad del vínculo porque ¿quién puede soportar un vínculo sujeto-objeto por demasiado tiempo?  

En los cascarones de hombre y mujer que nos pusieron, todxs sufrimos en ardores el deseo. El que inventó esto es un genio. Ahí la tenés, bella y sensual, la única que anda libre: la represión sexual. Este es solo uno de los tantos ejemplos. 

Ahora sí quiero meterme con el genio y el maldito, Freud. ¿Por qué hemos reprimido nuestros deseos? Con ustedes, una de las teorías más hegemónicas y paradigmáticas sobre la sexualidad hasta hoy.

Freud escribió El malestar en la cultura en 1930. Según él, el hombre primitivo no se podía separar de su objeto de satisfacción sexual, la mujer, ni ella de su seno, lxs hijxs. Así surge la familia, un grupo por fuera de la comunidad del trabajo, la base de la cultura humana. Y de paso aprovechó para, otra vez, cajonear el placer sexual femenino y mostrar la maternidad como la única finalidad de la vida de las mujeres. Malísimo, Sigmund, pero no importa. Hoy no te puteo. Sigo. 

Aquel impulso amoroso que llevó a la constitución de la familia continúa ejerciendo su poder en la cultura, tanto en forma de satisfacción sexual como de cariño (pulsiones sexuales convertidas en amor). Pero la familia implica economizar líbido, o amar a unos pocos, y la cultura, conectar con otras personas por fuera de ella y de la comunidad del trabajo. He aquí la primera contradicción y, por ende, el malestar. 

Es preciso, desde la infancia, reprimir toda manifestación sexual para que los hombres y las mujeres del futuro deleguen gran cantidad de su energía sexual (líbido) a las necesidades de la cultura. Y acá viene una cita suya, increíblemente progre, sobre cuál es la finalidad de la represión sexual en nuestra cultura:

El efecto de estas medidas restrictivas podría consistir en que los individuos normales, es decir, constitucionalmente aptos para ello, volcasen todo su interés sexual, sin merma alguna, en los canales que se le han dejado abiertos. Pero aún el amor genital heterosexual, el único que ha escapado a la proscripción, todavía es menoscabado por las restricciones de la legitimidad y de la monogamia. La cultura actual nos da claramente a entender que sólo está dispuesta a tolerar las relaciones sexuales basadas en la unión única e indisoluble entre un hombre y una mujer, sin admitir la sexualidad como fuente de placer en sí, aceptándola tan sólo como instrumento de reproducción humana que hasta ahora no ha podido ser sustituido.

¿Qué tal? Bastante bien para el que nos dijo que el orgasmo adecuado es el vaginal, aunque prácticamente no exista, y que cualquier manifestación contra el poder del hombre es una enfermedad llamada histeria. Bien, chabón, quizás esta vez nos podes ayudar a responder aquella primera pregunta sobre el deseo. ¿Por qué, si hemos deconstruido tantas cosas, los deseos o fantasías siguen guardados en el cofre secreto?

Una posible respuesta es que nos aferramos a ellos porque son lo único que tenemos. ¿Y saben qué? SON LO ÚNICO QUE TENEMOS!!! Están tan circunscritos los canales por donde podemos derivar la energía sexual que hemos aprendido a amar esas cadenas. Todo lo que tenemos alrededor es represión sexual y es tan potente que sublimamos con nuestra cajita solitaria de pajas y fantasías todo ese placer que no podemos obtener de la realidad. 

Por supuesto que muchas represiones deben permanecer de esa forma porque afectan a terceros que no consienten esos deseos. Pero cabría preguntarse si, aboliendo las asimetrías de poder estructurales, podrían acallarse un poco estas fantasías oscuras de sujeto-objeto. 

Esta vez no voy a empezar por destruir mi cajita secreta de fantasías heteronormadas ni por hacer barricadas en la calle. Quiero romper las cadenas de mi exterior inmediato y sí, viejo, con la concha en la mano. Apropiarme del placer que se ha quedado la cultura del capitalismo occidental para sí mismo. Por ahí, el proceso de establecer relaciones recíprocas y consentidas entre las personas, considerarlas iguales en la cantidad de su deseo y respetar el no deseo sea el camino desde donde cambiar toda la estructura que aplana hasta nuestras fantasías. Tener más orgasmos y sujetizar al otro en vez de objetizarlo. Así como yo vengo haciendo con mi dildo, mi confesor, mi amigo, mi amante, el único responsable de la concreción de mis deseos secretos. El que me banca y aguanta todo lo que todavía no me animo a sacar al sol.

-¿Sabes qué? César te voy a llamar. ¿Te gusta?

-Awww, cuánta responsabilidad afectiva, Beatrix.

Etiquetas: DeseoFantasíasFreudHeteronormaSexualidad
Beatrix Hedoné

Beatrix Hedoné

Lenguaraz. Ayudante de catedra en el bar. Pregunta filofásica predilecta: ¿Hay felicidad si no hay libertad?

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