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en La sexión

Hacia una nueva analidad

¿Cuántos sentidos se le pueden dar a una parte del cuerpo? Todo depende de la vara con la que se mide. Un recorrido literario y sociocultural por las frases sobre el culo que escuchamos durante toda nuestra vida.

Beatrix HedonéporBeatrix Hedoné
Hacia una nueva analidad

Ilustración: Chica Lunar

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El año 2019 fue escenario de uno de los avances científicos más importantes del joven milenio. Se tomó la primera fotografía espacial de un agujero negro, y se constató visualmente lo que Einstein había predicho en 1917. Un pequeño paso para el hombre y un gran paso para la humanidad. Revolución en el mundo y la comunidad científica. Sin embargo, ver ese anillo perfecto y tragador en contraste negro me obligó a pensar que sabemos mucho más sobre el cosmos que sobre nuestro propio culo. Ese agujero que nos unifica a todxs, que usamos todos los días y negamos de la misma manera. El que afirmamos en miles de millones de simbolismos y que se ve convocado no solo en un llamado escatológico sino sexual.

Aquí comienza un recorrido literario y sociocultural por las frases que escuchamos sobre el culo durante toda nuestra vida.

Macho es el que probó y volvió

Una mano acaricia un glúteo velludo, sube ese monte de bosque imperfecto y se traslada al otro cerro. En el medio, el dedo se desliza, juega. Mojado, quiere cruzar el portal prohibido. Ya cogieron un montón, hay confianza, el dedo está muy cerca, pero desde la otra punta del territorio, desde la parte alta del cuerpo, alguien grita “No!”. Porque, a pesar de que el dedo sea pequeño y femenino, esa práctica sexual determina, según una gran mayoría tabú, la sexualidad del que la experimenta. Medido todo por la vara del patriarcado, no hay literatura posible ante semejante negación anal.

Metiéndonos de lleno (y con saliva) en el asunto, para una mayoría masculina hetero-ortodoxa, meter algo en el ano implica reconfigurar la vida en otro entramado de realidad. Otros un poco más laxos permiten esta práctica, pero con restricciones. Una o dos falanges, uno y hasta dos dedos, sólo con juguetes, pero nunca pija. El terror espacial al traspaso hacia el otro lado del portal se resume en que el sexo anal es una práctica homosexual, por lo que  su ejercicio te convierte en eso. Se diferencia, así, de la penetración del dedo en la vagina, que no sobrecarga al hecho de una elección sexual sino al dedo que la ejecuta.

Te voy a romper el orto

La de acá arriba es una frase que las mujeres escuchamos con musicalidad desde nuestra más tierna infancia. Parece increíble que corramos con la suerte de que este piropo nunca se haya considerado una amenaza. Después vamos creciendo y nos acostumbramos. Maduramos sexualmente, tenemos nuestra primera vez y muchas más con algún noviecito de turno. Estamos en la cama con él, felices ambxs de haber hallado lo más hermoso e íntimo de la vida. Hacemos el amor una dos, tres veces. Una tarde, después de coger, entrelazamos manos, piernas, dedos, besos. El amor que se desprende del sexo aparece en nuestras vidas. El muchachito que abrazamos se siente querido y confiado y nos pregunta: “¿Me entregarías la cola?”. No solo lo dice, sino que empieza a insistir bastante. 

Nosotras, sin embargo, no podemos evitar recordar que el pelotudo este se la pasa viendo pornografía y que el sexo anal pornográfico es un poco trash. Si el imbécil va a pretender hacer cada posición extraña que ve en las películas, nos es inevitable pensar que quiere rompernos el culo así también. Y la frase que nos hace cruzar de vereda desde que tenemos memoria vuelve a resonar. Pareciera que acá, por más esfuerzo que le ponga, tampoco hay literatura o poesía posible. El tema no da.

La “entrega” del ano femenino no se equivoca en su denominación. Es, realmente, una entrega. Las mujeres no usamos la frase en esos términos ni les insistimos tanto a nuestros novios aunque lo queramos hacer. ¿Por qué se trata de una entrega en el caso de las mujeres? Porque casi todo en el universo femenino es un entrega en la que se pone en juego la vida misma. De espaldas al verdugo, sin manos disponibles, ofreciendo un orificio más pequeño y más rígido, otorgamos la confianza absoluta de nuestro ano. 

Queda en vos la decisión de violarme o no, de no parar si te lo pido, de darme placer o darme dolor. A diferencia del ano del hombre heterosexual en el que habita la homosexualidad, en el nuestro habita el terror, el amor, la desconfianza, la heteromorbosidad patriarcal. Así, el esfínter femenino se convierte en un valuarte, una segunda virginidad, un trofeo que alcanzan solo los más aptos. Y no sé si está bueno ser tan racional con el placer, pero nosotras ya estamos acostumbradas. Si la vara del patriarcado mide la vida, entonces haremos lo posible por conservarla. 

En términos biológicos de placer, existe un nervio llamado pudendo o pélvico que se halla en todxs lxs seres humanos. Es el encargado de inervar los genitales externos y los esfínteres. En el caso del nervio pélvico femenino, las ramificaciones son más complejas y completamente diferentes en cada mujer. No hay dos iguales. 

De acuerdo al libro Vagina de Naomi Wolf, escritora y politóloga feminista estadounidense, “en algunas mujeres es en el clítoris dónde se origina una gran cantidad de vías neurales, por lo que su vagina está menos inervada. A las mujeres que pertenecen a este grupo les gustará la estimulación del clítoris y la penetración no les proporcionará tanto placer. Algunas mujeres poseen muchas inervaciones en la vagina y son las que llegan fácilmente al clímax con la penetración. Otras tienen muchas terminaciones nerviosas en el perineo o zona anal, en este caso les gustará practicar el sexo anal e incluso podrían llegar al orgasmo con este tipo de estimulación”. 

La mayoría de las mujeres precisa estimulación en el clítoris (nuestro órgano eréctil) para llegar a un orgasmo, pero como dice Wolf ¡hay mucha más inervación para aprovechar! En efecto, algunas mujeres tienen la posibilidad de gozar no solo mentalmente sino también biológicamente del sexo anal, una práctica que, mal para nosotras, se recarga de variados sentidos machistas logrando que sea muchas veces rechazada. Además, ese nivel de entrega puede traer una caída de categoría. Sí, de sujeto a objeto. Otra vez, la vara patriarcal de conductas que todxs usamos nos define y niega la exploración. 

Como puto con dos culos

Si algo debemos agradecerle a la historia de la homosexualidad masculina, es la cantidad de literatura, arte y música que le ha otorgado al ano. Sin el desparpajo de amor, y valentía con el que han tratado a esta parte del cuerpo, hubiera muerto en el anonimato heteronormado y antisodomita bíblico. Gracias a esta práctica tan difundida en la comunidad gay masculina, es que hemos recargado al culo de sentidos, y desde allí disparan los demás. Para colmo, (les cuento un secreto) el ano masculino posee características biológicas mucho más unificadas que los anos femeninos.

Cuenta la leyenda que a cinco centímetros del ano, pasando el esfínter e introduciéndose en el recto, se puede acceder a un abultamiento pequeño. He allí un acceso interanal a la próstata, la encargada -entre otras cosas- de producir semen y que, cuando es debidamente estimulada, produce placer y hasta orgasmos sin estimulación del pene. Qué buena oportunidad para ir quitándole protagonismo al mierda que siempre, según las reglas de conducta, tiene que estar parado.  

Hay una sensación placentera escondida en todos los culos masculinos y que las personas con pene homosexuales disfrutan y conocen bien. Esa práctica tan difundida, como dividida entre un rol pasivo y uno activo, como si uno disfrutara y el otro no, en realidad, y usando esos mismos  términos, podríamos decir que esconde un rol doblemente activo y una universalidad aterradora.

Para demostrar la belleza que se puede edificar en torno a este reducto del placer prohibido, les dejo este poema de Allen Ginsberg, poeta beat, homosexual, estadounidense del siglo XX.

Cometrava

Más del 70% del colectivo travesti trans ejerce la prostitución como único medio posible de subsistencia. Esta situación, de acuerdo al informe La revolución de las mariposas, realizado por el Instituto Mocha Celis y el Programa de Género y Diversidad Sexual del Ministerio Público de la Defensa de la Ciudad, se debe a la discriminación que sufren en el mercado laboral formal e informal. El ano, para una mujer travesti trans, se convierte entonces en un medio para sobrevivir, pero ¿qué es ese ano para el cliente? ¿De qué se trata este mundo que por encima discrimina, pero que por lo bajo vuelve a la travesti y sus prácticas sexuales prostitucionales un “éxito” (entre millones de comillas)?   

A los hombres heterosexuales que consumen prostitución travesti trans se los denomina peyorativamente cometravas. Muchos alegan que lo hacen por la posibilidad de practicar sexo anal a un precio más económico. Otrxs consideran que esta incursión en el mundo travesti trans es una faceta homosexual disfrazada. Signifique lo que signifique, lo que siempre se intenta evitar es ser homosexual y, en definitiva, femenino. A eso se debe la carga negativa del nombre y la oscuridad en la que se encierra la práctica. El ano, otra vez, toma la entidad de un imaginario prohibido, pero deseado al que se puede recurrir sólo silenciosamente.

A pesar de esto y de las diversas dificultades que atraviesa en este mundo la vida travesti trans, tenemos muchísima literatura, arte y música. Las personas trans, liberadas de reglas y sometidas a otras, han logrado páginas increibles.

Entre ellxs, Pedro Lemebel, escritor y artista vanguardista chileno, capaz de extraer la poesía de una vida de carencias.

El culo del asunto

Pobre ano, tan prohibido y rezagado, es el que comprende, según la cultura hinduista, el chakra muladhara, el que sostiene a todos los demás. En occidente, en cambio, lo maltratamos con negaciones, con hemorroides, con cinturones de castidad gástricos, problemas digestivos que avanzan con los años: el cierre de las puertas de la parte baja del cuerpo. Escatológico, el ano femenino se bloquea de tabú. El miedo a la homosexualidad condena a los hombres a cerrar un portal de placer. La heteronorma solo lo abraza por morbo. Pero qué lindo sería gozarlo sin que encerrara el placer de la humillación o el dolor de unx otrx.

¿Se puede culpar a un hombre cis hetero, que teme desvirgar su ano por miedo al cambio de su sexualidad, si toda la vida le dijeron puto esto, puto lo otro, eso es de puto, y así sin cesar, cada día? ¿Se le puede culpar a una mujer cis hetero de no querer explorar el placer que podría proporcionarle el sexo anal, si toda la vida vio amenazada su integridad, y percibió esa insistencia sospechosa sobre su esfínter como que me van a sacar algo que yo no quiero que me saquen? 

No estoy diciendo nada nuevo. Los culpables no somos nosotrxs, pero a ver si revisamos en profundidad esa tabla con la que nos pegan y escriben las conductas permitidas y prohibidas, de una vez por todas y pensando en nuestro culo, pero también en el del otrx, el de todes y el de cada unx, el culo de lx distintx, el que deseo y el que no.  

Etiquetas: Pedro LemebelSexo anal
Beatrix Hedoné

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Lenguaraz. Ayudante de catedra en el bar. Pregunta filofásica predilecta: ¿Hay felicidad si no hay libertad?

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