Romantizar es una palabra que estamos usando mucho. Siempre en infinitivo, casi nunca conjugada, se repite no sólo para describir conductas sociales, sino que a la vez las encierra en un carácter negativo. Ya no nos recuerda a corazoncitos, novelas rosa, angelitos y flechas de amor. Su popularidad actual y nuevo valor provienen de la problematización que venimos haciendo del amor romántico. Operación que se ha trasladado a otras esferas de la vida en sociedad; pareciera que es así que hemos resuelto que lo ideal es ya no romantizar más nada.
El amor romántico, nos explica Diana Maffía, filósofa argentina y feminista, es una invención que se desarrolló entre el renacimiento y la modernidad con el fin de unir sexualidad, amor y matrimonio en un mismo corpus ideológico cultural. Antes de esta concepción, las personas se casaban por alianzas políticas, económicas o de apropiación de tierras. Amor y sexualidad no necesariamente estaban unidos ni se esperaba que sucedieran únicamente en el vínculo de convivencia.
Las nuevas ideas dieron lugar a la familia burguesa: la unidad de consumo que precisaba el capitalismo incipiente. Mediante la reproducción de estos imaginarios del amor asociados a la monogamia y la maternidad es que obtenemos el resultado mental que nos acompaña desde hace siglos. Especialmente a las mujeres. Resabios que pasan de generación y generación y que ahora están en jaque justamente porque producen violencia y hasta la muerte.
Según Maffía, “se ha sostenido incluso que uno de los factores encubridores de la violencia de género es el modelo de amor –y en particular el amor romántico– por los mitos asociados con él, ya que se entrena a las mujeres (pero no a los varones) para que su principal fuente de gratificación sean las emociones provenientes de la intimidad, haciéndolas débiles y dependientes”.
No cumplir con estas expectativas de felicidad absoluta conlleva mucha frustración; por eso, se sostienen y aceptan conductas en pos de conservar la relación. Los celos son vistos como una forma amor pasional y, por ende, justifican las formas agresivas de los varones que convierten a las mujeres en su propiedad e inspiran en ellas un ideal de sacrificio y abnegación con tal de no quebrar el objetivo máximo de su existencia.
En términos actuales, estas antiguas concepciones conllevan a la preservación de relaciones tóxicas. ¡Qué otra palabrita esta! Muy en boga también. De ella hablaré más abajo.
En la columna anterior mencioné que el filósofo Irving Singer consideraba que enamorarse es un acto de otorgamiento, de valorización del amado por encima de la consideración que les demás tienen sobre esa persona. Hacer un ejercicio de creatividad sobre le otre es, en definitiva, una forma de la imaginación y, en un sentido amplio, también romantizar.
Estos otorgamientos parten, según Singer, en primera instancia de un conjunto de apreciaciones. Unas objetivas, que están en el orden de lo conocido por todes y reflejan lo que se considera bueno y malo en el mercado de las personas bajo las leyes de la cultura; y otras de orden individual, las que observamos personalmente. Aquello que subrayamos nosotres, el recorte agradable que hacemos de le otre y no necesariamente tiene el consenso del resto de las personas. Las apreciaciones objetivas, podría decirse, suceden primero y son más generales, y las individuales llegan un poco después, probablemente cuando conocemos más a le otre.
El amor, entonces, trata de sopesar, balancear, evaluar a le otre como si fuera un producto en la góndola del supermercado. Pareciera que es siempre necesario entender si esa persona me conviene en base a su comportamiento y su postura frente a ciertas convenciones sociales.
¿Tiene futuro? ¿Trabaja? ¿Es divertide, es creative? ¿Viene de buena familia? ¿La madre es una loca? Y esas millones de consideraciones que hacemos sobre les otres antes de conocernos para definir si es que nos vamos a enroscar en el quilombo de pasarnos ya a apreciaciones más profundas y, de allí, al otorgamiento que es el pedo cósmico de la idealización que vamos a hacer para enamorarnos.
Es triste, pero cierto, y Singer lo expresa así : “En todas las comunidades las personas tienen un valor individual unas para otras. Somos medios para las satisfacciones unos de otros y nos evaluamos constantemente unos a otros, basándonos en nuestros intereses individuales. Por muy sutilmente que lo hagamos, siempre estamos poniéndonos precios unos a otros y a nosotros mismos”. “Pero también otorgamos valor a manera de amor”, agrega al final como para arreglarla un poco.
Ahora, volviendo a Maffía, qué importante es luchar para erradicar esas concepciones romantizadas, antiguas y anquilosadas del amor que tanto nos hacen sufrir. Principalmente, atacar al acervo histórico y sistémico que lleva a la manipulación de conductas en función del capitalismo. Pero, de todos modos, me pregunto: ¿podemos dejar de romantizar por completo?
Si, como dice Irving Singer, nos estamos evaluando unos a otros como si fuéramos bienes de consumo, haciendo juicios racionales y estadísticos sobre los beneficios de una persona o tal otra, ¿no será que es necesaria la romanización para echar un velo ficcional a todo este basural que propone la economía y que se nos impone incrustando sus tentáculos en todos los órdenes de la vida?
Romantizar, entiendo perfectamente, está mal en muchos sentidos. Por ejemplo, decir que tu equipo de fútbol es tu vida y sufrir cada vez que pierde porque eso te vuelve más hincha, bueno… pero eso, en su forma exagerada, lleva a justificar la violencia irracional en el fútbol y otras consecuencias cotidianas, como el mal humor y la pérdida de tiempo.
¿Pero podemos dejar de romantizar un gol, aquel grito contra la propia vida, esa puteada para la realidad? ¿Podemos dejar de emocionarnos con el himno antes de que empiece el partido, podemos dejar de abrazarnos ante la victoria común? ¿No es necesario tener este tipo de ficciones para sobrevivir a la existencia de dormir, comer y trabajar?
Otro ejemplo: el rock en Argentina tiene ciertas características particulares. Que una banda toque un un sótano lleno de cables colgando y enchufes rotos, ahora o en sus inicios, aporta al hecho musical un fin en sí mismo. Como si la negligencia estructural recargara de sentido “rockero” la música que allí se convoca. Porque rock es rebeldía, demoler hoteles, austeridad, despojo. No es careta.
Entonces, en vez de dejar de vender nuestros productos musicales a la discográfica que obliga a la creatividad a apurarse frente a la industria musical, no, preferimos ‘cementizar’ la música, y que la rebeldía esté en la negligencia. Pero ahora ya lo sabemos: la consecuencia de esto es Cromañon. Entonces, ¿hasta dónde romantizamos? ¿Cómo hacemos para frenar la romantización antes de que se nos ponga tóxica? Y ahora sí voy a hablar de esta palabrita.
Desde hace más o menos una década usamos el adjetivo ‘tóxico’ para todo. Gente tóxica, relaciones tóxicas, emociones tóxicas. Pero no es nuestra culpa sino culpa de Stamateas que con cada una de estas frases hizo libros. ¡Y los vendió! En fin, usamos mucho este término porque, quizás, ¡todo es tóxico! La realidad es una mierda y hay mala energía en todos lados. Como me cansé de decir esta palabra todo el tiempo sin saber realmente qué significa, decidí investigar qué es.
Para empezar, es importante aclarar que la gente tóxica existe en base a su relación con otres, por lo que es mejor hablar de relaciones tóxicas, cuyo resultado son personas que no pueden evitar hacerse daño. Existen muchos tipos diferentes de relaciones tóxicas, pero el hilo conductor que las define a todas es la imposibilidad de establecer un vínculo de igual a igual con le otre.
Hay una puja por obtener beneficios asimétricos: uno de los integrantes implementa dinámicas justamente para generar esa injusta desigualdad, y el otro acata tóxicamente o responde con otra dinámica, aunque también tóxica, para equilibrar la balanza. Y me detengo un segundo en estos tres términos: beneficios, desigualdad y balanza. Nada. Sigo.
Resulta también que entre los diversos tipos de relaciones tóxicas hay unas que son producto de exageradas idealizaciones de le otre y la relación en sí. Parece que cuando nos re sarpamos de otorgamiento a la manera Singer terminamos siendo tóxiques con nuestro objeto de amor. O sea, lo convertimos en algo más grande de lo que es, lo ponemos en un pedestal, en relación desigual con nosotres y el juego del poder asimétrico se vuelve en contra de nuestras expectativas generando frustración.
¿Cómo hacemos entonces para que en el camino de ficcionalizar un poco este mundo de mierda no nos pasemos del otro lado? Si no entrelazamos los elementos en una visión más utópica e idealizada de nuestro camino, ¿cómo hacemos para subsistir en este mundo descarnado de repeticiones? ¿Cómo hacemos para formar pareja, si las estadísticas dicen que todas las relaciones fracasan y tarde o temprano conllevarán sufrimiento?
¿Cómo hacemos para no romantizar un toque la cuarentena en una serie de actividades fútiles, aunque sean privilegio de clase? Sin la arenga del quedate en casa, masturbate y hacé yoga, nos estaríamos entregando a la cárcel y a la muerte por enfermedad inminente.
Sin ficciones, parece difícil pensar vivir en este mundo, pero ¡cuidado! No te pases de romántico porque, sin darte cuenta, como una enredadera que aunque la cortes aparece por otro lado, la idealización se vuelve exagerada y tóxica en un tipo de relación de poder que acaba funcionando mucho como las leyes de competencia del mercado y la división social de clases que inicialmente te habían llevado a querer ejercer algún tipo de invención. ¿Será que romantizamos demasiado o será que el problema es siempre el mismo?