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La geopolítica del COVID-19

Sebastián SchulzporSebastián Schulz
La geopolítica del COVID-19
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El 2020 arrancó convulsionado. A lxs que deseábamos que el año nuevo nos sorprendiera, vaya si lo está haciendo. Enero nos trajo la firma de la Fase 1 del acuerdo comercial entre China y los Estados Unidos. También nos arrojó el asesinato del general iraní Qasem Soleimani a manos de un dron estadounidense y la amenaza de una tercera guerra mundial a punto de desatarse. En Europa, la Cámara de los Comunes dio media sanción al Brexit. De este lado del Atlántico, fracasó el impeachment a Donald Trump y comenzaron las primarias demócratas para definir quien se enfrentará en noviembre al actual presidente los Estados Unidos. Entre todo ello, irrumpió el COVID-19.

El 31 de diciembre de 2019, las autoridades del Ministerio de Salud de Wuhan (China) informaron 27 casos de neumonía de causa desconocida. En el principio, la noticia fue recibida en nuestras tierras como excéntrica. Grandes y estrafalarios mercados de animales exóticos para el consumo humano y sopas de murciélagos habían desencadenado un nuevo virus. Paulatinamente, la noticia ganó peso mediático y repercusión social a medida que se revelaba la alta transmisibilidad del virus y aumentaba exponencialmente la cantidad de casos, primero en Wuhan, luego en el resto de China y los países del sudeste asiático. Así, hasta que la denominación genérica ‘Coronavirus’ adquirió nombre propio: COVID-19.

Un virus y una crisis mundial

El 11 de marzo, la Organización Mundial de la Salud definió el COVID-19 como una pandemia, es decir, una enfermedad que afecta regiones geográficas extensas. En el mismo discurso, pidió a los países para que profundizaran las políticas para contener y detener su propagación.

Sumado a las consecuencias sanitarias, el coronavirus profundizó la crisis en el orden mundial y trajo consigo otras nuevas. Desde el inicio de la propagación del virus, China estableció cuarentenas completas y medidas de distanciamiento social rigurosas en Wuhan y otras zonas afectadas. Canceló eventos masivos (entre ellos, todos los festejos del Año Nuevo), suspendió los sistemas de transporte público de varias regiones y decretó el cierre de estaciones de trenes y aeropuertos.

Pronto se sumó el cierre de fábricas. Este no es un dato menor considerando que, debido a las transformaciones en el capitalismo contemporáneo, China se ha convertido en un eslabón clave de las Cadenas Globales de Valor (CGV). Hoy, la mayoría de las empresas multinacionales y transnacionales dependen de la mano de obra china en algún eslabón de su producción. Automotrices, electrodomésticas, electrónicas, telecomunicaciones y bienes de equipo fueron las principales afectadas ya que Wuhan es un nodo central de las CGV (se ubica en el 13° lugar entre 2.000 ciudades chinas por su papel en las cadenas de abastecimiento).

A su vez, la respuesta sanitaria del gobierno de China tuvo un fuerte impacto económico para el país. La actividad de los sectores de servicios y manufacturero disminuyó drásticamente. Algunas caídas se asemejan a las registradas durante la crisis de 2008, y otras no tienen precedentes hace más de 30 años.

Las exportaciones se redujeron un 17,2% (las más afectadas fueron las transnacionales acopladas a las CGV, como Apple, Amazon y Walmart). La producción industrial se desplomó hasta el 13,5% interanual, mientras que la producción manufacturera cayó el 15,7%. El suministro de electricidad, gas y agua disminuyó el 7,1% interanual. Sin embargo, las importaciones se redujeron apenas el 4%. Es decir: el golpe fuerte tumbó a las transnacionales globales que producen en China para vender en el mundo, pero no a las compañías de propiedad china, más allá de la fuerte caída que también sufrió el consumo interno.

Ante esta situación, el 5 de marzo, en la reunión de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) se propuso recortar la producción diaria mundial de petróleo para amortiguar la caída de su precio producto de la parálisis de la economía real. Esto perjudicaría principalmente a China, que no posee grandes reservas de petróleo y necesita importarlo para sostener su producción. Sin embargo, Rusia rechazó esta propuesta beneficiosa principalmente para las petroleras estadounidenses que tienen costos de producción más elevados, por lo que no están en condiciones de afrontar la baja del precio del petróleo. Ante la negativa rusa, Arabia Saudita, el máximo productor mundial de petróleo, informó que aumentaría la producción a 10 millones de barriles diarios a partir de abril y que ofrecería un 20% de descuento en mercados clave. Si bien la maniobra parecía un intento de castigar a Rusia, en realidad buscaba golpear aún más a Estados Unidos y alinearlo con nuevas condiciones comerciales. Los precios del petróleo cayeron casi al piso de un dígito por barril.

Por su parte, la directora del FMI, Kristalina Georgieva, señaló que el 3,3% de crecimiento de la economía mundial proyectado para 2020, se verá seriamente afectado por el coronavirus. El lunes 16 de marzo se produjo la caída masiva de las principales bolsas del mundo. Fue un lunes negro: Wall Street cayó el 7,8%; Franckfurt el 7,9%; París tuvo su peor caída desde 2008; las bolsas del sudeste asiático registraron caídas de más del 6%, Tokio del 5%, Seúl del 4%, y las bolsas chinas del 3,4%. Por nuestros pagos, la bolsa argentina cayó el 8,5% y el índice del Riesgo País creció un 15%, un récord desde el default de 2001.

Las transnacionales globales afirmarán que esta crisis no tiene nada que ver con la fase actual del modo de producción capitalista y culparán al coronavirus sin más. Sin embargo, culpar por el estancamiento económico global a un virus que ha infectado al 0,00235% de la población mundial (y que ha sido letal para el 0,000092%) solo sirve de pantalla para tapar un tiempo más el inminente estallido de la burbuja bursátil que algunxs analistas estiman que es diez veces superior a la de 2008. La crisis y el estallido serán producto de la sobrefinanciarización de la economía y la especulación financiera neoliberal. Estos indicadores, que los grandes medios de comunicación atribuyeron al COVID-19, son en realidad parte de las disputas geopolíticas por la configuración de un nuevo orden mundial.

Para paliar la crisis, la Reserva Federal norteamericana (FED) “inyectó” (esto es, emitió sin ningún tipo de respaldo) unos 1.5 billones de dólares en el sistema financiero. Sin embargo, estas políticas de “expansión cuantitativa” y el mantenimiento de bajas tasas de intereses (esto es, prestar mucho dinero sin respaldo a cambio de nada) solo sirvió para inflar la burbuja de una economía ficticia que puede explotar en cualquier momento llevándose puesto el sistema capitalista tal y como lo conocemos. Según el Instituto de Finanzas Internacionales, durante la crisis las transnacionales globales fugaron unos 60.000 millones de dólares de las economías emergentes, superando las cifras de la crisis financiera de 2008, por lo que los países del Sur Global seremos, otra vez, los más afectados. La pregunta es cuándo estallará la burbuja, quién la hará estallar, quiénes serán los ganadores, y quiénes lxs perdedorxs.

Como contraparte, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) estima que 25 millones de empleos del mundo se encuentran en serio riesgo. 25 millones de familias pueden perder su trabajo y sus condiciones de vida. Esto impacta sobre todo en lxs trabajadorxs de la economía informal, cuentapropistas, monotributistas, pero también en lxs ya golpeadxs trabajadorxs de algunos sectores de la economía formal a quienes el neoliberalismo viene recortando derechos y estabilidad. En este marco, las políticas de aislamiento, de home office y de trabajo virtual fortalecerán las economías de plataforma (el neoliberalismo gusta llamarlas “economías colaborativas”), como deliverys (Globo, Rappi, Deliveroo), transporte de pasajeros (Uber, Cabify), alquileres (Airbnb). El correlato será la flexibilización laboral, la informalidad y la pérdida de derechos de lxs trabajadorxs.

Lo que está claro es que el capitalismo financiero neoliberal y salvaje para poder crecer en sus ganancias debe imponer a la humanidad el consumismo enfermizo e irracional, y producir cada mercancía (desde alimentos y vestimenta hasta automóviles y teléfonos celulares) con fecha de vencimiento para que en dos o cinco años sea necesario su recambio (no su reparación sino, lisa y llanamente, su obsolescencia). De este modo, la profundización del sistema capitalista en su fase actual, en la disputa por la maximización de las ganancias, conlleva necesariamente a la destrucción del ambiente y la naturaleza. Esto conduce hacia una crisis civilizatoria: la cultura del descarte y la obsolescencia programada ponen en crisis la capacidad de autorreproducción de la naturaleza y, en consecuencia, la del ser humano mismo.

Un virus y un nuevo orden mundial

Como sea que se resuelva la crisis, algunxs autorxs señalan que ya no podremos volver al mundo pre-COVID-19. Los pilares de la globalización neoliberal fueron derribados desde sus cimientos. En las ruinas de la globalización, se establecerá una nueva arquitectura para un mundo post-globalista.

En tiempos de auge de TIC’s, algoritmos y big data, los grandes medios de comunicación intentan generalizar el miedo como condición de posibilidad para un nuevo paradigma social. Una doctrina del shock que cohesiona mentalidades y legitima prácticas que rompen los lazos sociales y comunitarios, que exacerban la especulación, la competencia y el egoísmo propios de la subjetividad neoliberal. Estos grandes monopolios mediáticos, junto a los unicornios tecnológicos dueños de las redes sociales virtuales, intentan condicionar la política de los gobiernos nacionales, tildando como “irresponsables” a aquellos que no se pliegan al “sentido común” construido mediáticamente.

Exacerban el miedo al contacto humano; al saludo, la cercanía y hasta a compartir un mate. Convierten a vecinxs, amigxs, familiarxs y desconocidxs en potenciales vectores, un peligro para la salud. Asustan a la población, incentivan la desconfianza, la ira contra cualquier posible agente de contagio, la insolidaridad. Naturalizan el desencuentro porque, dicen, podemos vivir sin estar en contacto con lxs otrxs. El terror a la posibilidad de la muerte habilita que invoquen y legitimen medidas autoritarias de control. Denunciar al vecino posiblemente infectado se convierte en una acción necesaria.

La sobresaturación de información en las redes sociales y las fake news nos generan angustia, ansiedad y desinformación. Apelando a la emocionalidad y la preconciencia, masifican el pánico, el caos social, y abren la puerta a la desestabilización, en el medio de una sociedad atomizada.

Frente a esta política del miedo y el terror, debemos construir una política de la solidaridad, la empatía, el compañerismo y los afectos. Una política que rearticule los lazos sociales, que nos permita deconstruir la sociedad atomizada y construir una comunidad organizada para vencer al virus, sí, pero para vencer también a la especulación financiera neoliberal que busca cargar la crisis sobre nuestras espaldas. La organización vence al tiempo y, por tanto, a los virus y a los magnates financieros.

En su Carta a los Argentinos, Alberto Fernández afirmó que somos una sola comunidad, y que “vamos a dar esta lucha [con] solidaridad y cooperación. Y con mucha responsabilidad (…) Solo la unidad nos permitirá vencer en este momento (…) Responsabilidad, solidaridad y comunidad son las consignas”. Debemos mirar hacia los sectores que quedarán más afectados por la cuarentena: el pueblo productivo, lxs cuentapropistas, lxs monotributistas, lxs trabajadorxs informales y de la economía popular, lxs precarizadxs, lxs vendedores del espacio público. Las PYMES, lxs pequeñxs productorxs rurales, lxs trabajadorxs obrerxs. Son ellxs quienes deberán estar en el centro de una política de inclusión social. Para esto, es necesario fortalecer el lugar de las organizaciones sociales, políticas y gremiales, articuladoras de lazos de solidaridad, encuentro y lucha.

La antinomia Estado vs. Mercado nos queda corta como salida. Decir que esto solo se resuelve con más Estado y menos mercado omite el hecho de que los proyectos político-estratégicos neoliberales se han valido del Estado para producir sus genocidios, sus saqueos de recursos y sus disciplinamientos sociales. Debemos fortalecer un Estado nacional-popular que potencie la producción en la economía real y el trabajo, que ponga el ser humano en el centro de toda política, que se articule con nuestros hermanos de la Patria Grande latinoamericana en el marco de un mundo pluriversal y multipolar. Estado-Producción-Trabajo, concebidos para la vida humana, contra Mercado-Especulación-Finanzas, el paradigma de la propuesta neoliberal de globalización que nos ha herido de muerte y al que ahora debemos darle sepultura.

No más pensamiento único, no más imperio del dólar, no más “libre mercado”, no más dictadura de las bolsas de valores, no más monopolios mediáticos desorganizando y desestabilizando, no más big data al servicio de las transnacionales, no más flexibilización laboral, no más exclusión, hambre y saqueo. El COVID-19 nos impartió el miedo, pero también la esperanza de que un nuevo mundo es posible.

Etiquetas: capitalismoCoronavirusGeopolíticaPrecarización laboral
Sebastián Schulz

Sebastián Schulz

Sociólogo. Defensor de la educación y la ciencia públicas. Gracias al CONICET puedo dedicarme a investigar sobre geopolítica, hegemonía y relaciones internacionales. Investigador del Centro de Investigaciones en Política y Economía (CIEPE), del CEChino (IRI-UNLP) y del IdIHCS (UNLP-CONICET). Espartaquista. Correo electrónico: jsschulz@gmail.com.

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